jueves, 25 de febrero de 2010

LA FAMILIA DEL REY, LOS HERMANOS DE CARLOS II: DON JUAN JOSÉ DE AUSTRIA, BASTARDO REAL Y MESÍAS DEL PUEBLO (PARTE XIV)

El padre confesor Juan Everardo Nithard.

El impacto causado en el resto de España y en la Corte por la propaganda antinithardista de don Juan no resulta fácil de evaluar con precisión puesto que si, segun Maura, fue en conjunto un fracaso, en cambio, según las Memorias coetáneas de Guerra y Sandoval, un autor poco juanista, mientras que tuvo un eco negativo en algunas de las ciudades castellanas con voto en Cortes, en otras la repercusion fue positiva y aconsejaron a la Reina “se sirviese de mandar ejecutar lo que pedía el señor Don Juan por los inconvenientes que podían resultar de no hacerlo” (1). En el caso de las corporaciones valencianas, se sabe por la monografía de S. García Martinez que, si bien don Juan no obtuvo adhesión inmediata a su causa (2), posteriormente el 9 de enero de 1669 el Consell General de la ciudad de Valencia decidió escribir a la Reina apoyándole.

El 25 de noviembre los miembros de la Junta de Gobierno se manifestaron a favor de Nithard y acusaron a don Juan de perturbar la paz. El 3 de diciembre (3) y a través del Duque de Osuna, doña Mariana contestó en un tono conciliador “que se volviese a Consuegra o a otra parte que quisiese cerca de la Corte, desde donde se pudiese conferir negocio de tanta importancia”. El 11 de diciembre don Juan respondió negativamente, diciendo que se encontraba muy seguro en Cataluña, sobre todo después de haberle llegado rumores sobre las intenciones del jesuita de atentar contra su vida mediante el Conde de Aranda. Don Juan se dirigió también al Conde de Peñaranda y a la ciudad de Barcelona para volver a explicar las razones por las que no quiso dirigirse a Flandes.

Entretanto los adeptos a don Juan impulsaban en la Corte el proyecto de expulsar al padre confesor como mejor solución a la delicada situación. La Reina, sin embargo, seguía mostrándose reacia a admiitir esta solución. El 28 de diciembre, Juan Blasco de Loyola comunica a don Juan que la expulsión de Nithard se encontraba próxima. Los Consejos de Estado, de Aragón y de Castilla se mostraron partidarios de la salida del confesor. El Consejo de Estado se decantó el 21 de diciembre por la conveniencia de evitar una “guerra interna”. Y la Junta de Gobierno ratificó por mayoría, una vez recusado Nithard, el parecer de los otros Consejos de que se empleara a Nithard como embajador, fuera de España. Los acuerdos de los Consejos fueron ratificados por la Junta de Gobierno, el 30 de diciembre. Sin embargo, la Regente no hallaba motivo para la salida de su confesor.

A comienzos de 1669, y tras comprobar el amplio apoyo con el contaba, ratificado por los Consejos y la propia Junta, don Juan decidió regresar a Castilla. En una carta del 22 de enero don Juan comunica a la Reina su intención de volver con una escolta. Simultáneamente escribe al Papa que se marcha hacia la Corte. El 27 de enero doña Mariana pasó comunicación al Consejo sobre la determinación expresada por don Juan de viajar a la Corte.

El 30 de enero don Juan salió de Barcelona, acompañado por una amplia escolta compuesta por 300 soldados a caballo que según el Dietari del Consell de Cent estaba compuesta de “molta cavalleria de guarda y molts altros cavallers y titulars de la present ciutat que li acompanyaren, causant en tots lo desconsuelo se pot imaginar de sa ausentia” (4). La marcha sobre Madrid en un principio fue considerada como un gesto de buena voluntad y un acto de obediencia a la Reina, pero pronto se fue convirtiendo en una demostración de fuerza ya que la escolta fue aumentando a medida que se acercaba a la Corte. Don Juan no sólo contaba con el apoyo de la nobleza, que se había visto excluida del gobierno imperante, sino también con el de los frailes, debido a la rivalidad existente entre órdenes religiosas y a la hostilidad manifiesta hacia Nithard y su gobierno. Para los militares, don Juan era ante todo un compañero con el que hacín causa común. Pero la verdadera fuerza se encontraba en el pueblo, descontento con el gobierno del jesuita extranjero. Un pasquín (5) clavado en la puerta del Palacio Real de Madrid rezaba:

Para la Reina hay Descalzas
y para el Rey hay tutor,
si no se muda el Gobierno
desterrando al Confessor.


El 5 de febrero don Juan llegó a Lérida. La Reina se apresuró a ordenar al virrey de Aragón, Conde de Aranda, que no hiciera demostración oficial para recibirle, aunque a título personal cada cual podía recibirle a su modo. El mismo don Juan, enterado de la carta de la Reina, escribió al virrey que dado que sólo pasaba por ahí de incógnito no le permitía recibir agasajos. En las proximidades de Zaragoza, sin embargo, don Juan se encontró con un gran recibimiento (6). El 17 de febrero, antes de proseguir su viaje a la Corte, don Juan escrbió una carta cariñosa a los diputados de la ciudad de Zaragoza en la que no ocultaba sus constantes sospechas hacia Nithard.

Mientras tanto, en la Corte se realizaron las diligencias necesarias para prepararse ante la amenazante proximidad de don Juan. Para evitar posibles tumultos en Madrid se despachó a don Juan un correo, a instancias del Presidente de Castilla, con una orden de la Reina para que despidiese a su escolta. Don Jua hizo caso omiso de la orden.

Madrid aguardaba con temor la llegada de don Juan. Durante varios días no sólo los Ministros sino también particulares acudieron a los conventos para depositar dinero, alhajas y otros bienes. Desde Yunquera de Henares, a diez leguas de la Corte, don Juan envió cartas a la Reina, exigiendo la salida de Nithard.

El 23 de febrero de 1669 se presentó con actitud amenazadora en Torrejón de Ardoz, listo para emprender su marcha hacia Madrid con un regimiento de 300 hombres. Allí, a tres leguas de Madrid, se le unieron nuevos refuerzos. Recibió una carta de la Reina, instándole, de nuevo, a despedir a su escolta. El 24 de febrero, el Nuncio Federico Borromeo, que se había ofrecido como mediador en el conflicto, se encontró con don Juan per éste le dio una clara respuesta: “si el lunes no sale el Padre por la puerta, ire en persona el martes y lo echare por la ventana” (7).

El último intento de convencer a don Juan para que despidiera a su escolta y se alejara de la Corte, lo efectuaron el Carenal Moncada y el Duque de Alba. Se entrevistaron con don Juan pero éste no cedió. Su aproximación causó verdadero pánico en la Corte. Los partidarios de don Juan, Alba, Infantado, Pastrana, Maqueda, Heliche, Frijiliana y Castrillo comenzaron a agitar al pueblo de Madrid contra la Reina.

Efectivamente, la nobleza, unida en un grupo definido por la heterogeneidad y la disparidad de intereses propios, dio una amplia cobertura a la rebeldía de un personaje que estaba en condiciones de poder canalizar sus anhelos. Según Oliván Santaliestra, don Juan José, sin desestimar en ningún momento su carismática personalidad y su valía como estratega político, fue siempre un instrumento en manos de la nobleza, no obstante, a nivel personal no creo que fuera así, sino más bien al contrario, es decir, don Juan se valió de la gran nobleza para lograr sus objetivos sabiendo que en ella residía la fuerza social más importante.

La Regente doña Mariana de Austria con Carlos II al fondo.

La Reina, sintiéndose impotente para sojuzgar el sentimiento público y accediendo a las insinuaciones de los Consejos de Castilla y Aragón, y de la misma Junta de Gobierno, optó al fin, aunque entre protestas y lágrimas, por conformarse a la principal de las exigencias de don Juan, que era la separación y el alejamiento definitivo de España del padre confesor. El 25 de febrero firmó un decreto de expulsión de Nithard (8), contra su voluntad pero bajo la presión de la nobleza. La noticia también se comunicó a los ministros fuera de España. Juan Everardo Nithard fue nombrado embajador extraordinario en Roma abandonando Madrid en medio de los insultos y amenazas del pueblo.

La Reina conocía con creces lo que había perdido en aquellos meses de amenazas y rebeldías, sin embargo seguía considerando que todo había sido una gran injusticia y apeló a la gracia divina para su compensación: “Yo fio en la misericordia de Dios, que volverá por vuestra inocencia, y por mi autoridad” (9). El asunto “Nithard” había mermado su capacidad para ser obedecida, un peligroso antecedente que marcaría el resto de su regencia.

Tras la expulsión de Nithard se produjo una sensación de alivio generalizada en la corte de Madrid. Por fin el jesuita indeseado e indeseable había sido expulsado del lado de la Reina; la figura real por tanto, quedaba exenta de un valido considerado ilegítimo por la gran nobleza y odiado por un don Juan José ansioso por acceder a la gracia real. La reina se quedó desamparada espiritual y políticamente, sin embargo siguió adelante en su tarea por salvaguardar el trono y proteger al Rey niño de las ambiciones de grandes y bastardos. Esta soledad fue ahogada por la fuerte convicción de su dignidad real, dignidad que trató de preservar cuando el respeto a su persona ya se había perdido en los círculos “juanistas” de la Corte, donde se hablaba de la reina como si fuera una cocinera.

Don Juan, sin embargo, no supo aprovecharse de su triunfo. La expulsión de Nithard le brindó la gran oportunidad de alzarse con el poder, respaldado por el pueblo de Madrid y contando con el apoyo moral de multitud de provincias. Sin embargo, no lo hizo. El paso final hacia la gloria no lo supo dar o no se atrevió a darlo. Cuando su enemigo se encamina a la frontera de Francia, le deja libre el paso a la Corte. Don Jua tenía entonces cuarenta años, estaba en la plenitud de su vida. Pudo haberse hecho cargo de la regencia del enfermizo Carlos II, y acaso, si el Rey moría, con el mismo trono. Ésta fue también la opinión del entonces embajador francés en Madrid, que pensaba que si el bastardo hubiera entrado en la Corte al día siguiente de la salida de Nithard, no solo se habría hecho dueño del gobierno, sino tal vez hubiera podido hacerse proclamar Rey.

En vez de dirigirse a Madrid, se marchó de Torrejón de Ardoz a Guadalajara “para desde allí representar a V.M. lo que se me ofrece” (26 de febrero). En sus cartas había expresado en repetidas ocasiones que su único deseo era ver expulsado al padre confesor y que no actuaba en beneficio ni interés propio.

Antes de regresar a Guadalajara escribió un manifiesto programático en el que se presentó un esbozo de un programa de gobierno. Punto importante de este programa lo constituía la creación de una Junta de Alivios para mejorar la maltrecha economía. En el manifiesto que lleva la fecha del 4 de marzo pidió la Presidencia de Castilla y la Presidencia de la Junta de Gobierno. También quiso que entraran definitivamente en la Junta sua amigos, el cardenal Pascual de Aragón, el vicecanciller Crespì de Valldaura y el Conde de Peñaranda.

La Reina, por su parte, le pidió que se alejara de la Corte. En una carta del 1 de marzo de 1669 se lee: “os volvereis a distancia de diez o doce leguas de la Corte, al paraje que os pareciere”. Doña Mariana fue concediendo parte de las peticiones de su exigente primo. Accedió a los ruegos de don Juan, dando libertad a Bernardo Patiño, convicto y confeso del frustrado intento de asesinato de Nithard, y mandó activar la definitiva salida del confesor que todavía permanecía en el norte de España.

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Fuentes principales:

* Sánchez Marcos, Fernando: El apoyo de Cataluña a don Juan José de Austria en 1668-60, ¿La hora de la periferia?

* Vermeulen, Anna: A quantos leyeren esta carta… estudio historico-critico de la famosa carta de don Juan José de Austria, fechada en Consuegra, el 21 de octubre de 1668. Leuven University Press, 2003.



(1) B.N., Mss. 1506, Guerra y Sandoval, f. 47

(2) Ello fue debido, en parte, a la actitud adversa del virrey, Conde de Paredes.

(3) Según Maura el 1.

(4) D.A.C.B., XVIII, pag. 136.

(5) B.N.M. ms. 2582, fol.124.

(6) Véase el papel impreso “Relación verdadera del festejo y aplauso con el que el señor don Juan de Austria fuere recibido en la ciudad de Zaragoza del Reyno de Aragón”. B.N.M. ms. 5588, fols. 65-66; Semanario Erudito, T.IV, pag.137.

(7) B.N.M. R.2069 R.2933 R.7660 R.3437 R.23745 R.38033, fol.53.

(8) A.H.N. libro 1009, fol. 283.

(9) Biblioteca Mazarino. Institut de France. Impreso A-11047. Relation de la sortie d’Espagne du pere Nithard… 1669. pp. 28-29.

5 comentarios:

  1. Me imagino la angustia y hasta el miedo de la reina ante el avance del bastardo, que menuda escolta llevaba. Tuvo que ponerla bien nerviosa.

    Un mal golpe para ella el del alejamiento de Nithard, una concesion que claramente debilitaba su autoridad, y mas sangrante aun por haber tenido que poner en libertad a Patiño.

    Feliz dia

    Bisous

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  2. Sin duda, este fue el inicio del fin de la autoridad de la Reina regente pues hacìa ver ante todo que habìa doblado la rodilla para obedecer a un bastardo no podiendo ejercer el poder absoluto que se le presuponìa. La fuerza moral que ejercìa Juan José de Austria era un arma imparable que le convirtiò a los ojos del pueblo en un nuevo mesìas.

    Un saludo.

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  3. La pérdida de autoridad y de apoyo popular de la Regente doña Mariana de Austria y el ascenso en estima ciudadana del bastardo, pareciendo a los ojos del pueblo un salvador o un "mesías", como bien comentas, me recuerda sin quererlo a otro suceso similar que se dio en nuestra historia más tarde, salvando las distancias y la natural diferencia: el ascenso de Espartero frente a la también regente María Cristina, la viuda de Fernando VII.
    Un saludo.

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  4. Sin duda que Cayetano, salvando las distancias, son dos hechos historicos similaes...sin embargo, hay una gran diferencia que es la sangre real que corria por las venas de don Juan y que le otorgaba esa aureola de autoridad entre una sociedad profundamente monarquica y convencida del derecho divino de sus reyes para hacer y deshacer, cabe citar que nos encontramso en uno de los puntos algidos del absolutismo de la Monarquia.

    Un saludo.

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